11 de octubre de 2015

Espíritus de Samhain, El trato



No eran cabros nuevos, tenían pinta de saber en que se estaban metiendo. Se notaba que eran jóvenes eso sí, y no tanto por su apariencia sino más bien por su vitalidad, valentía, o bien, estupidez.
 Dos mujeres y tres hombres, típica pareja donde el más hueón queda solo, pero de eso no se trata esta historia.
Los venía siguiendo desde que entraron a la región lo que resulta ser mucho rato, y ellos, tontos como casi-adultos recién egresados, ni notaron mi presencia.
Venían caminando desde no sé dónde, todos con tremendas mochilas y llenos de cacharros. Parecían experimentados pero pronto noté que no lo eran.
Sé que debería ir al grano pero tengo que hacer bien esta cuestión o no hacerla.
Ya, en fin.
Entraron al bosque en algún momento. Ellos venían por la orilla de la carretera y ahí no había por donde entrar porque si te metías te caías y no resultaba bonito.
Llegó un punto en el que lograron ingresar y fueron a parar a un claro en medio del bosque.
Como buen guardián de los incautos me quedé a mirarlos y oír sus historias, así supe que acaban de salir de la U.
Eran tres psicólogos, un profesor y un músico, así que este último sacó la guitarra y se puso a cantar. Ya habían hecho fogata, así como en los campings clásicos, con carpas, los troncos y los malvaviscos, aunque estos tipos también tenían mate.
Puta que extrañaba el sabor del mate.
Se pusieron a contar historias hasta tarde, de terror para asustar a las mujeres, y experiencias raras con las que se rieron pero a mí me causaron vergüenza ajena. Más tarde todos se fueron a dormir, pero como en toda película de terror, como en toda leyenda urbana, como en toda historia tétrica, una de las parejitas se fue a dar el lote cuando lo único que se escuchaba era el sonido del viento chocando contra los árboles que se fundía con la sonata imaginaria del mar rompiendo en las rocas. 
No sabía si quedarme a cuidar a los que estaban durmiendo o ir a mirar a los que salieron, y dado que lo segundo era medio morboso y no me convenía demasiado, me senté frente a la madera quemada de la fogata a esperar que el sur de Chile hiciera lo suyo.
Pensé en mi vida, en lo que había sido y lo que casi fui.
No pensé en lo que pude haber sido sin embargo, eso era más lejano de lo que me podía permitir, y si lo hacía me iba a terminar desvaneciendo. Como si eso fuera a ocurrir.
Cuando escuché el grito, me vi a mi mismo veinticinco años atrás, escapando de casa porque los conflictos que habían debido a mi condición como el maricón de la familia me volvían loco, así que los había mandado a todos a la misma mierda, y con medio sándwich, mi cantimplora, chaqueta y el equipo de campamento de mi tío muerto me fui a la cresta.
Caminé mucho en un solo día, podría decir que fueron ocho kilómetros donde me detenía un par de veces a tomar agua y otras a comer cosas que me compraba por ahí. La gente con la que me topaba de vez en cuando, me miraba como si fuera un vagabundo muerto de hambre, o al menos así lo sentía en sus expresiones.
Estaba perdido, y cuando por fin dejé las entrañas del pueblo y las casas se volvieron cada vez más escasas, me di cuenta de que el sentimiento no era tan desagradable al estar solo. Qué equivocado fue aquel pensamiento.
Me había comprado algunas provisiones que me aguantaron como tres días más, no tenía ni idea para donde iba realmente, aunque tampoco era como que me preocupara demasiado. Recuerdo que me decía: «Hasta que no pueda caminar por las ampollas».
No estaba desesperado por llegar a algún lugar, de hecho un sentimiento medio suicida se había apoderado de mí en el mismo momento que crucé el umbral de la puerta que pertenecía a mi vieja casa, si algún delincuente decidía robarme y matarme, empujarme a un barranco o tirarme al mar, probablemente no me habría resistido. Por lo tanto, el ir por la orilla de la carretera medio tambaleándome por el cansancio no me asustaba para nada, y si por desventura se me tiraba un auto encima le habría recibido con los brazos abiertos, pensando en quizá que cosa.
Igual mi destino no fue tan diferente, pero sentir miedo durante la última hora de tu vida no es nada grato.
Después de un rato terminé cayéndome, porque los pies ya no me daban para más, rodé colina abajo y aunque no fue tan largo el tramo, estaba lleno de piedras y esos molestos arbustos con espinas, así que entre el agotamiento, y la fatiga al verme obligado a reducir las raciones de comida, quedé inconsciente. Cuando desperté, era de noche y la mochila se había rajado por completo, por lo que me vi obligado a recoger solo lo esencial y salir de ahí.
Como ya estaba oscuro y la suerte no estaba jugando a mi favor, me subió la irritación, y de ahí en adelante salió todo mal.
La luna brillaba como nunca y estaba es su mayor punto de altura, un halo de color azul se formó alrededor de ella, estaba nublado y como no habían estrellas, el viento fuerte que suele azotar las noches del sur provocaba de que las nubes avanzaran rápido y taparan mi única fuente de luz natural.
La voz de un pájaro fue mi compañía durante un rato, y no sé cómo no pude notar que su canto era la sonata de la muerte que me advertía que jamás podría escapar de allí.
Miré la carpa donde estaban los otros integrantes del grupo y después dirigí mi atención al cielo.
La misma luna.
El miedo nos invade cuando menos lo pensamos y, así literal, fue como me asaltó.
Las ramas de los árboles impedían que la luz iluminara el sendero imaginario que había hecho, así que por largos intervalos tenía que guiarme por las sombras que bañaban los cuerpos de piedras, arbustos y troncos.
Hasta que llegué a un claro, un circulo casi perfecto en el medio de algún lugar del bosque, donde la luna se veía enorme justo desde el centro. No crecía pasto, ni tampoco habían rocas, parecía que las mismas hojas que caían de los árboles evitaban terminar estacionadas en aquel suelo tan peculiar. Cuando pensé en eso, rápidamente llegué a la conclusión de que no era nada normal ni casual que aquel lugar estuviera plantado ahí, así que me fui, pero antes amarré un pedazo de trapo en una rama cercana para volver si más tarde me arrepentía de haber abandonado aquel espacio
Pensé en la brujería inmediatamente, se decía que los hechiceros tenían lugares poco obvios ubicados en medio de la nada, pero ese sitio era todo menos disimulado, y cualquier campista podría haberlo descubierto. Aunque también podría haberse tratado de una secta diabólica.
De repente algo o alguien comenzó seguirme sin intentar ocultarse. Los árboles estaban tan unidos unos a otros que apenas tenía espacio para caminar sin estrellarme contra los troncos y arriba las ramas se entrelazaban dejándome completamente a oscuras.
Un sonido gutural confirmó mis sospechas y eché a correr.
Los pájaros tétricos volaban sobre las ramas, persiguiéndome con su particular canto.
Crujían ramas y helechos bajo mis pies, pero más atrás la criatura que me perseguía, la cual inmediatamente descarté como un animal por la ferocidad de sus movimientos, provocaba estruendosos sonidos que aumentaban mi miedo. Corrí por largo tiempo y me detuve cuando creí dejar a mi persecutor atrás.
Entonces, miré una enorme roca que estaba frente a mí. En la parte más alta, logré divisar el lomo de un pájaro negro, pero lo perturbador fue que cuando me vio, no eran unos pequeños ojos de canicas los que me analizaban, sino ojos humanos acompañados de una sonrisa de dientes disparejos.
Y el pájaro gritó.
Tué Tué.
El pedazo de trapo se mecía en la rama. Seguía ahí pues nadie permanecería aquí demasiado tiempo como para notarlo.
Era un buen momento para advertirles a los viajeros que su estancia debía terminar, así que empecé a hacer mi función de espectro.
Me pregunté si ambos jóvenes habrían muerto, si se los habría comido o simplemente torturado por mera diversión. 
Era probable.
De todas formas no era problema mío. El trato era una vida por otra, la muerte de ellos era inevitable.
El pájaro volvió a cantar y de nuevo evoqué el recuerdo.
Algo me empujó, el ser voló y yo quedé inconsciente.
Desperté ahí mismo, con un rostro de expresión curiosa mirándome desde arriba y por un momento creí que lo anterior había sido parte de un mal sueño, hasta que él sonrío y sus dientes delataron la realidad de la situación.
No grité sin embargo, el hombre me ayudó a levantarme y me dijo amablemente:
–Eres parte de un viejo trato. Ahora me perteneces.
–¿Qué trato? –le rebatí yo.
–No tengo ningún motivo para contestar esa pregunta.
–Por favor –le pedí.
Uno piensa que la gente mala no tiene corazón, o que si lo tiene debe estar negro como el carbón de tanta maldad, en aquel momento cuando le pregunté por el trato pensé que el darme una respuesta era buena señal, pensé que lo hacía al menos por lastima, ahora veo que él sabía que la respuesta me dolería mucho más que la incógnita.
–Tu padre requería mis servicios, para conquistar a una mujer.
–Mi padre está muerto –puntualicé.
–¡Pero antes de eso estuvo vivo, niño malcriado! –Ladró con impaciencia–. Le pedí a su primogénito a cambio y el aceptó.
Me puse blanco.
–Él nunca hubiese hecho algo como eso.
La escena se daba de manera casual, como si el hombre fuera un viejo familiar con el que no me veía hace años y acabara de encontrármelo mientras compraba un litro de leche en el súper.
–Claramente crío, después se arrepintió de su decisión, y tuve que matarlo –sentenció–. Y ahora estás aquí.
Tenía que ayudar a los viajeros, así que comencé a lanzar sus pertenencias por los aires, a patearlos, intenté reavivar el fuego de la fogata muerta, pero ¿Con qué aliento era posible eso? Logré mi cometido de todas formas y en el momento que cada uno salió de su respectiva tienda, fue cuando ellos notaron que faltaban dos de sus compañeros.
Debían irse, así que aparecí frente a ellos.
–¿Qué me perseguía? –no pude decir nada más luego de salir del shock.
–Uno de mis ayudantes.
Se quedaron paralizados, sin saber qué hacer.
Atrás de las piernas del hombre salió una pequeña criatura que había confundido con un bulto.
Estaba encorvada y por un momento creí que sería una especie de orangután, pero no. Su rostro era la expresión del dolor hecha carne y a pesar de que una capa de pelos lo cubría casi por completo, no se podía negar que en algún periodo de su vida fue algo humano. Caminaba sobre tres patas, pues una de las piernas estaba deformemente torcida y puesta sobre su espalda. Y su cuello estaba aparentemente roto, torcido en una posición que le dejaba la cabeza completamente al revés.
Y cuando miré al brujo, vi en sus ojos que me veía como el siguiente en sufrir el tedioso sufrimiento.
Así que grité de la forma más aterradora que la unión a mi cuerpo me permitía. Por un momento pensé que volvíamos a ser uno, que estaba vivo pues un dolor agónico me subió a la garganta, y fue tal mi espanto, que me detuve y vi como el grupo corría.
–¡Espera! –le grité cuando vi que se acercaba– H-hagamos otro trato, otro, por favor.
–¿Qué propones chiquillo?
–N-no lo sé, dime que deseas. No quiero sufrir más, no quiero más de esto.
Él sonreía complacido.
–Bien. ¿Parar que con el sufrimiento? Así será joven. Morirás, tu destino siempre ha sido ese, y también sé que has estado tentando a la muerte, y ese es un reto que ella jamás rechaza. –Eligió con cuidado las palabras que pronunció a continuación–: Te concederé un regalo sin embargo. Podrás conservar tu alma, tu esencia, pero tu cuerpo se queda, y haré de él mi voluntad.
»No te irás a ningún limbo, pertenecerás al mundo de los vivos y serás guardián de mi morada. No alertarás a los intrusos cuando vengan en grupos hasta que la mitad de ellos caiga en mis trampas. Tu deber será vigilarlos, y socorrer sus vidas, con la culpa de que pudiendo haberlos salvado a todos con tu sacrificio, preferiste esto.
–¿Qué pasará cuando sólo se un viajero?
–Se lo quedará quien llegue primero.
Aun hoy no logró comprender que me movió a aceptar aquello. Sé que el odio me movía pero ¿cómo fue posible tener tanto? ¿Cómo odiar a personas que nunca me habían hecho nada? Personas que en mi vida había visto y a las que condenaba a una muerte segura.
Cerramos el trato.
Me mató indoloramente y cuando mi cuerpo cayó, yo quedé de pie contemplando como él me daba una forma completamente anormal, como la del engendro que le acompañaba y más tarde le daba animación a mi antigua entidad.
Fue espantoso.
Cuando perdí de vista al grupo, provoqué un nuevo fuego y quemé todo hasta que solo quedaron cenizas.
Había cierta magia en ello, claro. Era un fuego espectral, un fuego en tonalidades grises, que terminó con toda prueba de que alguna vez alguien estuvo ahí.
Vi a mi cuerpo mirarme desde la oscuridad, y el pájaro cantó una vez más, con burla, pues sabía que la culpa me estaba invadiendo y que el trato que tanto tiempo atrás habíamos realizado no era más que una prueba de mi impulsividad, miedo, odio, pero también cobardía.

Este cuento fue para la convocatoria Espíritus de Samhain que organizó Loba Roja en octubre del año pasado, para celebrar Halloween. El trato fue mi pequeño aporte; me costó un mundo desarrollarlo, pero lo logré, y ni siquiera asusta, pero lo intenté. Pueden descargar la mini antología acá {x}.
Azul.

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